Contenido creado por Inés Nogueiras
Música sin enemigos

Forever rocking and rolling

Música sin enemigos: ‘Sticky Fingers’ de The Rolling Stones

Nueva entrega de Música sin Enemigos: Andrés Torrón habla de la reedición de Sticky Fingers, uno de los discos fundamentales de The Rolling Stones.

02.07.2015 15:27

Lectura: 7'

2015-07-02T15:27:00-03:00
Compartir en

Mientras por aquí se especula con un posible recital suyo en noviembre, los Rolling Stones vuelven a ser noticia por una nueva gira por Estados Unidos, una exposición conmemorativa en Inglaterra y la reedición de Sticky Fingers, uno de sus discos fundamentales, lanzado originalmente en 1971.

Es increíble que la banda que comenzó su actividad en 1962 siga ocupando titulares y llenando estadios. Y aún hoy resulta curioso cómo este grupo de británicos, deslumbrados con la música de Estados Unidos, fue capaz de conquistar a los propios Estados Unidos, revolucionó la música popular y la cultura juvenil de su época y se mantuvo activa durante más de cincuenta años sin dejar de captar la atención masiva.


Una de las respuestas posibles es que Los Rolling Stones han encarnado en su más de medio siglo de actividad el cliché del devenir del rock: comienzos bluseros puristas a comienzos de la década de 1960, libertad creativa en la segunda mitad, espíritu contestatario y excesos peligrosos sobre el fin de los sesenta, elegante y atractiva decadencia en los 70 y 80, y, finalmente, descarado negocio.

La reedición de Sticky Fingers fuera de cualquier aniversario redondo no es más que una excusa para promocionar la vuelta a los escenarios de un grupo que no presenta música nueva desde hace diez años.


Pero, sin embargo y sabiendo que uno cae en la trampa, es difícil resistir la tentación de escribir sobre un disco que sigue diciendo cosas 44 años después de grabado.

A fines de la década de 1960 Los Rolling Stones eran una de las bandas más populares del mundo. Si la canción "(I Can't Get No) Satisfaction", editada en 1965, había sido su primer aporte significativo (y fundamental) a la historia del rock, la sucesión de discos que comienza con Beggars Banquet (1968) y termina con Exile on Main St. (1972) marcó su mayor pico creativo y convirtió a Los Rolling Stones en la banda que conocemos hoy.

Los Stones vivirían unos cuantos cambios esos años. El principal fue la muerte de Brian Jones, uno de los fundadores del grupo, que había sido expulsado un mes antes, debido a su conducta errática motivada —o agravada— por su adicción a las drogas.

Let It Bleed editado en 1969 fue el último disco donde Jones participó, aunque su participación se redujo a solo dos temas, y el primero en contar con el guitarrista Mick Taylor (también en dos canciones).

Otro hecho fundamental para los Stones fue la separación de Los Beatles en 1970, lo que les sacó el peso de ser competidores desaventajados de la banda de Liverpool, sintiéndose libres de hacer la música que quisieran hacer.

La incorporación de Taylor fue un cambio esencial en la banda. Su sonido volvió a llevar al grupo hacia sus orígenes más bluseros y más cercanos al rock and roll, ya no como meros imitadores, sino como creadores con todas las letras.

Let It Bleed muestra claramente esa evolución. Sticky Fingers que cuenta con Taylor como miembro pleno, termina de cimentar ese sonido stone, que es hoy una marca registrada y largamente imitada.


La contribución de Los Rolling Stones a la música popular ha sido siempre motivo de debate. Para muchos los Stones simbolizaron la actitud inconformista y rebelde del rock and roll, retomando las raíces de su origen negro y contestatario, que en manos de la sofisticación de bandas como Los Beatles o Pink Floyd se había ido perdiendo.

Pero más allá de su actitud y de un puñado de excelentes canciones, el legado más perdurable de los Stones ha estado en su inconfundible sonido, que si bien le debe mucho al blues eléctrico norteamericano, fue tomando una personalidad propia.

En un relato de Leo Maslíah, una persona va acompañando la música que escucha con lecturas supuestamente acordes. Cuando pone un disco de los Rolling Stones, deja el libro que está leyendo, para tomar otro con ilustraciones de pinturas rupestres. La broma tiene su parte de verdad, el sonido de los Stones puede ser extremadamente primitivo, pero al igual que las pinturas de las cuevas de Altamira hay belleza en ese arte arcaico.

Una vez el bajista Bill Wyman dijo que Los Rolling Stones era la única banda donde todos seguían al guitarrista rítmico. Es cierto, el sonido desprolijo que siempre parece a punto de desarmarse, se debe al estilo del guitarrista Keith Richards de manejar en forma muy libre el tiempo, obligando al resto de la banda a acoplársele. Si cabe alguna duda de que su guitarra es el alma de la banda, solo basta escuchar sus discos solistas, especialmente Main Offender de 1992, una pequeña obra maestra, donde está lo mejor de Los Rolling Stones sin Los Rolling Stones. El baterista Charlie Watts ha sido también clave en ese caos controlado, con sus inesperados contratiempos y sus remates aparentemente fuera de tiempo, pero siempre perfectos.

Pese a su coqueteos con la vanguardia de la década de 1960, los Stones siempre fueron un tanto anacrónicos en su música y las modas o tendencias le pasaron por el costado. Nunca fueron una banda de que se destacara por sus álbumes —en una época donde el concepto de álbum se hizo omnipresente— sino por sus canciones, manteniéndose fieles a la estética de los simples que dominó la era anterior a Revolver, Sgt Peppers, The Velvet Underground & Nico o The Piper at the Gates of Dawn. Los buenos discos de los Stones lo son por acumulación de buenos temas y no por un concepto que los una.


Sticky Fingers
no es la excepción. El disco comienza con "Brown Sugar" uno de los temas más perennes del grupo que marcó su costado roquero y transgresor (increíble que una canción con una letra que habla de esclavitud, sadomasoquismo y sexo oral haya sido un éxito radial), tiene una de las baladas acústicas más recordadas del grupo ("Wild Horses"); vuelve a las fuentes bluseras con el cover de "You Gotta Move"; coquetea con el country ("Dead Flowers"), los ritmos afrolatinos ("Can't You Hear Me Knocking") y el soul ("I Got The Blues"). Y tiene además alguna de sus culminaciones compositivas en canciones imposibles de definir como "Sister Morphine", y "Moonlight Mile".

Mick Jagger ya había demostrado en los discos anteriores que era uno de los mejores cantante de rock de su tiempo, pero su performance en Sticky Fingers es descomunal, no solo por su virtuosismo vocal, sino por cómo sus interpretaciones dan siempre el mood perfecto a cada canción. Y en lo compositivo este es un disco mucho más de Jagger, que de Richards (quien sería el protagonista principal del posterior Exile...).

Que este sea o no el mejor disco de los Stones es una cuestión de gustos. Muchos preferirán alguno de sus dos discos anteriores o su álbum posterior. Y habrá quienes (como yo) también piensen que lo mejor de la banda se extiende a su periodo de fines de los 70 y primeros 80 (Some Girls, Emotional Rescue y Tattoo You).

Lo cierto es que en Sticky Fingers está parte de la explicación de por qué seguimos hablando de Los Rolling Stones hoy, mal que nos pese.

Por Andrés Torrón