Contenido creado por Inés Nogueiras
Entrevistas

Sin olvido

Sandra Veinstein, segunda generación de la Shoá

"Como hija de un sobreviviente de la Shoá, siento que soy parte de una historia que debo recordar": Sandra Veinstein, docente, segunda generación de la Shoá. Por Ana Jerozolimski

22.01.2015 17:34

Lectura: 8'

2015-01-22T17:34:00-03:00
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Al aproximarse el Día Internacional de Recordación de las Víctimas del Holocausto, que este año marca el septuagésimo aniversario del cierre de Auschwitz, son innumerables las historias de sobrevivientes que podríamos compartir con los lectores. Esta vez optamos por recorrer otro camino, conversando con la segunda generación.

Nuestra entrevistada es Sandra Veinstein (50), docente en el Yavne desde hace 24 años. Es maestra jardinera y también egresada de profesorado de Historia.

P: Sandra, esta es la primera vez que estamos en contacto y te agradezco desde ya por tu tiempo. Sé que te es importante contar la historia de tu papá como sobreviviente de la Shoá. Resumamos pues, ante todo, la historia de tu papá, y luego lo central será tu enfoque, como segunda generación.

R: Su nombre es Samuel Veinstein, aunque su verdadero apellido fue cambiando en el pasaporte, es Wainstein. Nació en Rumania, en un pueblo llamado Hotin, o Khotyn (se lo puede ver escrito de estas dos formas). Cuando estalló la guerra, él vivía con sus padres: su madre, Basia Skolnik; su padre, Mauricio Moshe; su hermano, Yankel, y su abuela materna, Eva Skolnik.

Cuando los nazis llegan a su pueblo, él solo tenía 5 o 6 años. Nos contó que aún recuerda las bombas cayendo sobre su ciudad, recuerda que él y su familia, junto a otros judíos, se escondieron una noche en un bosque. Pasó hambre, vio cosas terribles, corrió peligro constante de muerte y perdió a seres queridos. Después de la guerra, un hermano de mi abuela -que había viajado antes de la guerra a Uruguay- los encuentra y les envía los pasajes. Así, mi abuela y mi padre llegan a Uruguay y comienzan a reconstruir sus vidas, y sin lugar a duda lo logran.

P: Esa es la lección principal. Sandra, me comentaste antes de la entrevista que tu papá no contó nada sobre la Shoá hasta que sus nietos -o sea, tus hijos, y quizás también sobrinos tuyos- comenzaron a preguntar, ¿verdad?

R: En realidad, cuando tenía 7 u 8 años, un familiar cercano nos dice a mi hermana y a mí que la persona a quien llamábamos abuelo no lo era, que nuestro abuelo verdadero había muerto. Fue entonces que ante esta situación nuestro padre nos cuenta de su familia en Rumania y cómo había llegado a Uruguay. Esa noche le dije a mi padre que cuando fuera grande y tuviera un hijo varón se llamaría como su padre. Así fue: mi primer hijo fue varón y lleva el nombre de mi abuelo, Mauricio Moshe.
Después de esa conversación nunca más hablamos sobre el tema, tampoco con mi abuela, que vivió un tiempo en nuestra casa. Nadie hablaba del tema y tampoco preguntábamos. Sí recuerdo que mi abuela rezaba en su cuarto y muchas veces la veía llorar. Mi abuela era muy especial, tenía una adoración muy profunda por sus nietas, era una persona muy arrugadita, siempre pensaba que cada arruga era una parte de todo su sufrimiento.

El tiempo pasó, y cuando mis hijos crecieron querían saber... y fue entonces cuando papá comenzó a hablar. Mis hijos viajaron a Israel en el programa de Shnat y realizaron el viaje a Polonia, que para ellos fue muy conmovedor. Estuvieron en contacto con su Seide, contándoles sus experiencias. Tengo tres sobrinas, hijas de mi hermana, que también preguntaron.

P: Pero ¿qué es lo que tú sabías antes? ¿No sabías que era sobreviviente?

R: Sí sabía que era sobreviviente y que había llegado al Uruguay porque un hermano de mi abuela estaba aquí antes de la guerra. Sabía también que mi abuelo había muerto luchando como soldado del ejército ruso y algunos detalles más.

P: ¿Cambió tu forma de verlo a tu papá cuando, tan chica, con 7 u 8 años, te enteraste de parte de su historia?

R: Cuando lo supe era una niña y no recuerdo ningún cambio. Todo fue distinto cuando papá comenzó a hablar no solo de la guerra sino también de su infancia, los recuerdos de juegos con su hermano, la relación especial con su querida abuela materna Eva, de bendita memoria. También están los recuerdos tristes, que son muchos y que nos conmueven a toda la familia. Hoy pude entender parte de su personalidad, por qué trata de disfrutar sobre todo el presente y lo vive con intensidad. Él siempre le dice a mi madre que hay que disfrutar de los momentos buenos porque los malos llegarán.

De derecha a izquierda,los adultos son: Basia Skolnik Z"L (abuela de Sandra), Eva Skolnik Z"L (la bisabuela), Mauricio Moshe Veinstein Z"L (el abuelo). Los dos niños: a la derecha, el padre de Sandra, Samuel Veinstein, y su hermano Yankel.


P: Ser sobreviviente implica llevar en el corazón y la memoria una carga terrible y, al mismo tiempo, quizás también un gran agradecimiento por haber quedado vivo. ¿Se veía eso en tu hogar? ¿Había algo en la educación, en la actitud de tu padre que te podía hacer pensar que no había tenido una vida normal?

R: Doy gracias a mis padres porque el hogar donde crecí fue totalmente normal. Fui educada con mucho amor y nunca nos trasmitieron deseos de odio o de venganza. Mi padre siempre fue cariñoso y afectuoso con sus hijas y hoy con sus nietos, con los cuales tiene una relación especial.

Hace muy poco tiempo mi padre me dijo algo que escuché decir a muchos sobrevivientes: "Cuando llegué a Uruguay, quise olvidar todo, dejar atrás el pasado y no recordar para no sufrir, dejarlo enterrado. Hoy siento que quiero recordar a mi familia que quedó en Europa".

P: Qué fuerte y qué lógico, Sandra. ¿Cómo incidió en ti saber lo que vivió tu papá? Quizás algo así ayuda a tomar con las proporciones debidas cada cosa que pasa en la vida...

R: Siento que desde niña seguramente esto me marcó, aunque no lo pusiéramos en palabras. Sentí mucha necesidad de saber cuando fui madre, tenía que intentar reconstruir nuestro pasado para mirar al futuro. Sentí que era mi responsabilidad como madre contarles a mis hijos quiénes habían sido mis abuelos, de donde venían. En definitiva: saber quién era yo.

Hace un tiempo escuché a un hijo de sobreviviente decir que él también lo era y a partir de ese momento pude entender mucho de lo que sentía. Sentí, como hija de un sobreviviente de la Shoá, que soy parte de esa historia que no he querido olvidar, que debo recordar para las generaciones futuras.

P: ¿Cómo explicarías a alguien que no tiene a nadie que pasó la Shoá, que por suerte no lleva a cuestas esos recuerdos, lo que significa ser hija de un sobreviviente?

R: Es muy difícil poner en palabras lo que uno siente como hija de sobreviviente y creo que cada uno lo lleva a su manera. En mi caso tengo un sentimiento de gran responsabilidad, con mi familia primero y luego con la humanidad toda. Esto podrá sonar como una gran carga, pero es así. Siento que debo hacer cosas para que no se olvide lo que pasó, que debemos recordar y cultivar la memoria. Muchos sobrevivientes murieron sin contar sus historias y eso no debe pasar.

P: Y ahora que se cumplen 70 años del cierre de Auschwitz, ¿qué te inspira esta fecha?

R: Desde el vamos me gustó como me formulas la pregunta, el "cierre", pues generalmente se habla de la liberación y sabemos bien que eso no fue así. Es sin duda una fecha muy significativa que nos recuerda los horrores que vivieron las víctimas y los sobrevivientes que estuvieron allí. Solo ellos saben lo que fue Auschwitz. Uno puede intentar imaginar leyendo los diarios de los sobrevivientes, pero creo que nadie nunca podrá sentir lo que era estar allí.

Es la responsabilidad de la humanidad toda recordar Auschwitz, escuchar a sus sobrevivientes y nunca callar sus voces, que deben estar siempre en el presente y en el futuro.

Primo Levi, en su Trilogía de Auschwitz, nos hace sentir en alguna forma lo que era estar allí: "Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo, ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente".

Primo Levi nos pone a flor de piel los sentimientos más tristes, más espantosos que un ser humano vivió en Auschwitz, y es nuestro deber como humanidad hacer todo lo que está a nuestro alcance para que otro Auschwitz no se repita.

P: Él llevaba todo eso en su memoria y en su ser y no pudo más... Terminó quitándose la vida.

R: Así es. Estoy convencida que para esto la educación es lo que nos puede salvar. Educar en valores, en respeto al otro, y sobre todo promover en nuestros jóvenes la capacidad de tener un pensamiento crítico, para lograr así discernir entre el bien y el mal.

P: Y ese es el mensaje más actual y clave de cara al futuro, que sale precisamente del recuerdo del pasado. Sandra, te agradezco infinitamente haber compartido con nuestros lectores todo esto. Tiene un gran valor.

R: Gracias a ti, Ana.